Es una mañana como cualquier otra en la apacible aldea de los galos. Nada pareciera que pudiera interrumpir esta armoniosa y deseable rutina, donde el sol se asoma por el horizonte y el gallo dormilón de siempre hace caso omiso a sus obligaciones. Una sola cosa pasa por las mentes de Asterix y Obelix: arrancar el día con un apetitoso desayuno y, por qué no, salir por el bosque a practicar algo de ejercicio, quizás trompeando a alguna patrulla romana que se cruce por el camino.
Pero esa mañana es especial, distinta. Algo –o, mejor dicho, alguien- irrumpe con su angelical sonrisa en la puerta de la casa de Asterix. ¡Es un bebé! ¡Sí, un pequeño recién nacido, en su canastita y con su chupete a cuestas! Vamos, que esto echa todo por la borda … ¡El cielo entero con todos los dioses cayeron sobre la cabeza de nuestro héroe galo!
¿Quién es este niño? ¿Quiénes serán sus padres? ¿Será un hijo no reconocido de Asterix, como bien sospechan Buenamina, Abraracurcix, y hasta el propio Panoramix? Y a todo esto… ¿por qué Brutus, el hijo adoptivo de Julio César, lo desea a toda costa?